Angela Aisaka creía que aquel día no llegaría jamás. La verdad, nunca se
había parado a pensarlo detenidamente, pero no quería, de ningún modo, que
llegase. Aún le temblaban sus delgadas piernas, con tan sólo haberse detenido
en la entrada de su nuevo instituto. “Su nuevo instituto”. Qué mal sonaba
aquello.
Podía decirse que Angela era bastante
diferente del resto de los alumnos. Para empezar, su físico rompía los esquemas
japoneses: era extremadamente bajita, de complexión muy débil, centelleante
pelo anaranjado (y ondulado) que le llegaba hasta los mismísimos tobillos y
unos ojos azules y redondos. Su nacionalidad compartida era otro factor, pues
al ser mitad italiana, de parte de madre, y mitad japonesa, de parte de padre,
destacaba por su gracioso acento. También era zurda, algo que, por alguna
razón, siempre resulta fascinante. Y para colmo, a pesar de llamarse “Angela”,
era una redomada diablilla.
Cuando Angela abrió las duras
puertas de la entrada no cupo en su asombro: la entrada del instituto Otoryôkan
era magnífica. La sala, amplia y luminosa, estaba llena de taquillas para
guardar los zapatos, tablones con anuncios y personas yendo continuamente aquí
y allí. El revuelo no cesaba, y Angela se sentía dominada por los nervios. Las
miradas de los desconocidos estudiantes se clavaban en ella como agujas
afiladas, y parloteaban entre ellos con bastante disimulo. ¿Estarían hablando
sobre ella? Angela sacudió la cabeza y, haciendo caso omiso del creciente rubor
de sus mejillas, se descalzó, entre cuchicheos y risitas, en frente de la
taquilla que llevaba su nombre. Cada vez que leía “Angela Aisaka” se preguntaba
cómo a sus padres se les había ocurrido mudarse a Japón de una forma tan
repentina. También recordaba constantemente aquella tarde de verano, en la que
tras volver de jugar con sus amigos en la plaza de San Marcos, entró en casa y
le dieron la fatídica noticia. Su padre había conseguido comenzar un negocio
por su cuenta y le parecía que su país natal sería idóneo para su proyecto, y
naturalmente, su mujer quiso ayudarle a desarrollarlo juntos. Así pues, Angela
se montó hace un mes en el coche para no volver jamás. Y en aquel momento se
encontraba capturada en la frustrante situación de ‘adaptarse’ al que sería su
nuevo centro, lleno de nuevos profesores y nuevos compañeros. De modo que
volvía a comenzar de cero.
Una vez guardados sus mocasines en la taquilla y calzadas las zapatillas
para andar por el instituto, Angela caminó por el pasillo a la vez que paseaba
su mirada por todas partes: jardines de césped recién cortado, sin maleza y
llenos de árboles nudosos, que se podían avistar desde los amplios ventanales
de los pasillos, orlas de cursos anteriores decorando las blancas paredes, las
miles de fotos de antiguos alumnos sonrientes... Angela no podía evitar
quedarse anonadada en semejante lugar.Se detuvo a observar las plantas ya
crecidas del jardín más próximo. Entonces se vio vagamente reflejada en uno de
los cristales de las ventanas. Angela aprovechó para peinarse un poco el
flequillo con los dedos, y para contemplar cómo le sentaba el nuevo uniforme.
La camisa blanca apenas se veía entre la chaqueta negra y llevaba un descomunal
lazo rojo en vez de una corbata, como solía adornar su cuello en su antiguo
colegio de Venecia. La falda tenía vuelo y era azul ultramarina, mientras que
el calzado para caminar por el instituto era cómodo, pero un poco antiestético
a sus ojos. Bufó.
Probablemente lo único que le agradaba del conjunto eran los nuevos
calcetines loose socks que se había comprado la semana pasada.
De repente escuchó un revuelo a su alrededor, de modo que se giró para
ver de qué se trataba. Angela no se había dado cuenta del desmesurado montón de
estudiantes que se había apilado como una masa informe a ambos lados del
pasillo, dejando el espacio justo para permitir pasar a unas seis chicas, que
caminaban en fila india y en silencio.Parecían todas de edades variadas.
La chica se aproximó un poco, por mera curiosidad, para poder verlas
mejor: la primera de ellas, alta y de hombros estrechos, tenía el pelo castaño,
extenso, de puntas abiertas y tirabuzones por patillas. Llevaba un enorme lazo
granate en la parte trasera de la cabeza y lideraba el paso con aire superior.
La seguían dos chicas, delgadas y bastante más bajitas que ella: una parecía de
complexión más fuerte, llevaba la camisa y la chaqueta arremangadas y se
acicalaba su corto cabello negro. La otra iba a un paso un poco más lento, y
parecía la única que se preocupaba por las miradas del resto de los alumnos. Su
pelo, de un oscuro tono verde, era ondulado y muy bonito, y lo adornaba con una
diadema roja, de la misma tonalidad que el lazo del uniforme.
Las tres últimas charlaban entre ellas, y probablemente formaban el
grupo variopinto en comparación a las demás: la más alta llevaba una trenza
algo mal peinada que se deslizaba por su hombro derecho, y el resto de su pelo
grisáceo caía con languidez hacia atrás. Bostezaba continuamente mientras oía
los comentarios de una de sus compañeras, de mediana estatura, sonrisa de oreja
a oreja y cabello color salmón que le llegaba hasta los hombros. Sostenía con
ambas manos un enorme bocadillo que devoraba con ansia (al momento el estómago
de Angela rugió con fuerza, reclamando su almuerzo). La última y la más pequeña
de las tres era rubia y se recogía el pelo en dos graciosas coletas. Parecía
más o menos de la edad de Angela.
Los estudiantes que las
contemplaban se quedaban en silencio, como si aquellas alumnas les inspirasen respeto, o incluso temor. Angela decidió dar unos golpecitos en el hombro a un chico cercano y preguntarles por ellas
–¿Quiénes son esas alumnas? –quiso saber.
–¿No las conoces? ¡Son el grupo de alumnas más conocido! –respondió el
chico, algo extrañado al ver que Angela no las había visto en su vida–. Las
llaman “las Capitales”.
–¿Y eso por qué?
–Oh, vamos, ¿no salta a la vista? Resulta que ellas...
A Angela no le dio tiempo a escucharle, pues una profesora apareció al
fondo del pasillo y comenzó a enviar a los alumnos, manteniendo el tono amable,
a sus respectivas aulas. Pareció percatarse de lo perdida que estaba la chica,
pues se acercó a ella dando grandes zancadas y la estudió con su mirada de
enormes ojos azules.
–¿Te pasa algo, pequeña? –preguntó, sonriéndole con calidez.
–S... Sí... Bueno, soy nueva, y, y... –tartamudeó, haciéndole sentirse
algo ridícula. La había hechizado la preciosidad de mujer que se erguía frente
a ella, con un intenso pelo rojo ondeando en su espalda y una hermosa faz, que
transmitía hospitalidad y simpatía.
–Creo que he oído hablar de ti –dijo–. Sí, he visto tu foto en la lista
de mi clase. ¡Debes de ser la pequeña Angela Aisaka! Ven, sígueme, tu aula es
la 1-B.Cogió a Angela de la mano y tiró de ella, guiándola por el pasillo y
subiendo escaleras arriba.
Pareció ser la primera persona que no sentía la necesidad de curiosear
acerca de una extranjera.Cruzaron varios pasillos y ascendieron varios pisos.
La pobre Angela volvió a sentirse tan desorientada y fuera de lugar como al
entrar al instituto, a causa de las numerosas vueltas que habían dado, aunque
su acompañante no parecía mucho más segura de por dónde caminaba. La profesora,
con paso ligero, se dispuso a hablar con ella mientras se dirigían al aula.
–Soy Manaka Itô –prosiguió, mientras andaba–. ¡También es mi primer día
aquí! Estoy un poco nerviosa –se rascó la cabeza con gesto vergonzoso.
Finalmente, después de varios giros y vueltas, se detuvieron ante la puerta de
la clase. Manaka respiró hondo mientras soltaba la mano de Angela, y bajó la
mirada–. Bueno, estoy preparada, lo haré bien –se dijo para sí misma, cerrando
los ojos llenos de pestañas. Después volvió a mirarla, algo sonrojada. Angela
encontró divertida su forma de auto-animarse, aunque sólo se lo comentó para
sus adentros–. ¡Vamos, vamos, pasa!
Angela obedeció y abrió la puerta corredera, pero no se controló y dio
un portazo sonoro, de modo que despertó las miradas de todos sus nuevos
compañeros. La chica notó como poco a poco se ponía roja y comenzaba a
temblar... ¡Qué horror!
Manaka le dio un suave empujoncito y recobró el movimiento, dirigiéndose
al único pupitre vacío que quedaba en la clase. ¡Qué aula tan descomunal!
¿Cuántos alumnos habría? Angela nunca había estado en una clase con tantos
alumnos: en su anterior instituto nunca habían llegado a los veinte estudiantes.
Las mesas se apilaban sin dejar casi espacio para pasar entre ellas, y al fondo
de la clase había un tablón, con un calendario, la lista de clase y otras cosas
que no me detuvo a mirar, así que se sentó y miró desconcertada a su alrededor.
Cuántas personas...Cuando se giró para contemplar la clase entera, se llevó una
sorpresa al ver que la chica rubia de “las Capitales” se sentaba detrás de
ella. Tenía la mirada fija en su teléfono móvil, sacado en el aula con total
normalidad (aunque por su expresión, no parecía importarle en absoluto), y
tecleaba a la velocidad de la luz. Angela se quedó totalmente absorta ante la
notable habilidad de la chica. Sus dedos eran tan rápidos que casi ni se veía
cómo pasaban de una tecla a otra. Entonces ella la miró con sus enormes ojos
azulados, que parpadearon unas cuantas veces, y dejó de escribir.
–¿Pasa algo? –preguntó con un tono de lo más inocente.
–N... No, nada –Angela se giró hacia
delante, enfadada consigo misma por mirarla con tanto descaro. Tenía algo
bizarro, extraño... Era una chica que le causaba cierta curiosidad.
La profesora Manaka Itô abrió
su carpeta púrpura en la mesa y extrajo la lista de clase con delicadeza. Se
aclaró la garganta y nos echó un vistazo rápido a todos los estudiantes. Angela
encontró raro que no se hubiese fijado en el móvil.
–¡Buenos días, alumnos! –vociferó con voz
enérgica. Angela no se llevó las manos a los oídos por respeto, pero
ciertamente pensó que la profesora había pegado un grito ensordecedor–. Hoy
empezáis un nuevo curso aquí, en Otoryôkan, y yo seré vuestra tutora y a su vez
vuestra nueva profesora de caligrafía. Mi nombre es Manaka Itô y estoy
encantada de poder dar clase en este instituto de prestigio –sonrió ampliamente
y se dispuso a pasar varios folios y documentos–. Como este siete de abril es
sólo un pequeño comienzo, empezaré hablando de las normas básicas que, aunque
supongo que os sabréis de sobra, conviene recordar –en aquel momento miró a
Angela y le guiñó un ojo. Manaka empezaba a caerle muy bien–. A pesar de que ya
estais sentados y organizados, vuestros asientos son sólo provisionales. Por
petición de varios profesores, las mesas se agruparán por parejas, y mañana se
repartirán en un sorteo, ¿de acuerdo? –como respuesta hubo varios murmullos y
quejas, pero se acallaron enseguida–. Se permitirá entrar a los alumnos que
lleguen con un máximo de diez minutos de tardanza. Si llegara a ser más tiempo,
el profesor decidirá si le permitirá pasar y asistir a su asignatura. Por otro
lado, aquellos de salud enfermiza o que se sientan mal levantarán la mano, y
tras avisar al profesor correspondiente, podrá marchar a la enfermería, donde
nuestras enfermeras os atenderán y probablemente, os mandarán marchar y reposar
en vuestras casas...
La clase de Manaka no se hizo
pesada. Explicó a los estudiantes los materiales y el libro que necesitarían
para su asignatura, así como las puntuaciones y las calificaciones mínimas para
aprobar. Manaka era un encanto de profesora, tal y como había demostrado en una
sola hora lectiva. Y todo el mundo parecía pensar igual que Angela. Además,
gracias a que pasó lista, Angela descubrió que la alumna de las coletas
respondía al nombre de Miyoko Kobayakawa.Angela bostezó ligeramente y recogió
sus cosas mientras se ponía en pie y veía a Miyoko salir de la clase corriendo,
mirando su reloj algo angustiada. ¿Qué le pasaría?
–Vaya, ¿Kobayakawa se ha ido ya? –suspiró Manaka,
golpeando un taco de folios en su pecho–. Bueno, le dejaré esto en el
casillero. ¡Toma, Angela! –la profesora fue repartiendo por todos los pupitres
una hoja de información recién salida de imprenta, por lo que parecía. Decía
así:
Estimados
alumnos de Otoryôkan:
Hoy se
celebrarán las elecciones del Consejo Estudiantil del curso 2010-2011 del
instituto. Todos los estudiantes que deseen presentarse deberán estar al tanto
de las siguientes normas y obligaciones:
-El Consejo Estudiantil se encargará de preparar actividades culturales
y festivas para el resto de los alumnos, así como de supervisar los clubes que
se funden a lo largo del curso.-Se ruega que aquellos que quieran formar parte
del consejo sean personas dispuestas, trabajadoras y ante todo RESPONSABLES.
-Para formar el
consejo se pide un mínimo de siete alumnos. No es necesario que todos
pertenezcan al mismo ciclo o curso.
Las elecciones comenzarán a las cinco y media de la tarde en el ya
conocido salón de actos, y tendrá una duración máxima de una hora. Si sucediese
un empate, el Consejo Escolar y el Cuerpo Docente se encargarán de tomar la
decisión. Los alumnos restantes, así como sus familiares, tendrán la
posibilidad de votar (un voto por persona).
En caso de
dudas o necesidad de aclaraciones, por favor no duden contactar con el jefe de
estudios o directamente con el director.
Atentamente, el
equipo directivo de Otoryôkan.
Angela guardó aquel papel en el casillero. ¿Quién estaría interesado en
participar en el aburrido Consejo Estudiantil? La joven salió de clase mientras
canturreaba “Oh, sole mio”. Esa canción había estado grabada a fuego en su
mente desde que prácticamente empezó a gatear.
* * *
Koishi Nishiura trató de detener sus temblores. ¡Empezar de cero en un
centro diferente, eso era lo más normal del mundo! Sin embargo, él siempre
había sido así. Desde pequeño había tenido una actitud nerviosa y vergonzosa a
más no poder. Recordaba numerosas veces cómo lloraba antes de sus exámenes,
cuando los nervios le atacaban sin cesar, o cómo se trababa una y otra vez en
los ejercicios orales que tan propenso había sido a suspender en su
adolescencia. Pero en aquel entonces era ya un profesor que se había sacado la
carrera con matrícula de honor, y en Otoryôkan tenía que demostrarlo. Se
colocó bien su bufanda morada y llamó a la puerta.
–¡Voy! –inmediatamente le abrieron la puerta. Un hombre alto, de aspecto adusto y de pelo negro hasta los hombros se quedó mirándole, con la mano derecha sujetando el pomo de la puerta y el cuerpo apoyado totalmente en el marco–. Hola, buenos días. ¿Nishiura, tal vez? –dijo con voz ronca.–Exacto, e-ese soy yo –balbuceó torpemente Koishi.
–¡Voy! –inmediatamente le abrieron la puerta. Un hombre alto, de aspecto adusto y de pelo negro hasta los hombros se quedó mirándole, con la mano derecha sujetando el pomo de la puerta y el cuerpo apoyado totalmente en el marco–. Hola, buenos días. ¿Nishiura, tal vez? –dijo con voz ronca.–Exacto, e-ese soy yo –balbuceó torpemente Koishi.
–Pasa, por favor –el hombre se apartó con desgana, y Koishi pudo
apreciar la extraña heterocromía de sus ojos: mientras que el izquierdo era
negro, frío y de aspecto vacío, el derecho era de un verde intenso, como el de
las relucientes esmeraldas. Observó rápidamente la sala de profesores: era
ancha y espaciosa, y la pared del fondo estaba llena de ventanas. En el resto
de las paredes colgaban imitaciones de cuadros famosos, mapas y un viejo reloj
de cuco. Había unos amplios sofás de color beige en el centro del lugar, que
rodeaban una mesa de cristal, sobre la que había una maceta con un bonsái muy
bonito. Varios profesores estaban allí sentados, charlando alegremente,
bebiendo de sus respectivos cafés. Los ordenadores ocupaban la zona izquierda;
las estanterías, la derecha. El profesor continuó hablando–. Chicos, vamos,
saludad a Koishi Nishiura, nuestro nuevo profesor de psicología –dio unas
palmadas en la espalda a Koishi antes de llevarle con los demás–. Yo soy Suzuna
Sumeragi, enseño historia. –y esbozó una extraña sonrisa.
El resto del cuerpo docente se levantó de inmediato y comenzó a
estrechar su mano y a saludar. Sentía que se perdía entre tantas nuevas caras
desconocidas, y sonreía, pero estaba tremendamente asustado.
–¡Buenas, Nishiura! Soy Shiina Yuzurizaki, ¡del departamento de
matemáticas! –saludó el primero, alto, de complexión fuerte y alborotado pelo
caoba. Era un hombre atractivo y de expresión activa. Acarició la cabeza de
Koishi como gesto afectivo.
–Y yo su hermano, Ruka, soy el profesor de filosofía y tutor de la clase
de tercero –dijo otro de ellos, más refinado que el anterior. Saludaba con un
semblante agradable, surcado por una fea cicatriz.
–Christina Mcremitz, profesora de alemán –dijo una de las mujeres con
gracioso acento. Llevaba gafas redondas y sus ojos púrpuras, casi ocultos por
su flequillo rubio, transmitían severidad.
–Fuyuki Katsura, teatro –un joven de cabello negro revuelto y fríos ojos
azules estrechó su mano.
–Me llamo Erika Tsurugaya, soy la profesora de inglés y la tutora de 1-A
–la profesora sonrió con calidez. Su pelo era oscuro, liso y brillante,
recogido en una larga trenza–. ¡Caray, qué joven eres!
–Sayane Akechi, geografía. ¡Encantada, Nishiura! –era una mujer más
mayor que las otras dos y más bajita, que jugaba con su media melena pelirroja.
–Un placer, Nishiura, mi nombre es Ryûsei Nakao. –saludó un profesor muy
guapo, con voz gélida. Su cabello liso, de un rubio platino perfectamente
peinado, caía con gracia por su ancha espalda. Tenía un rostro afilado y ojos
azules, parecidos a los de Fuyuki. Sonreía con suficiencia, por lo que
parecía.
Koishi dio un respingo mientras miraba a
todos con desconcierto.
–¡DEJAD RESPIRAR AL MUCHACHO!
–gritó una voz fuerte y sonora. Todos enmudecieron y se giraron hacia los
sofás, donde otro profesor, probablemente el más mayor de todos, se sentaba con
expresión amargada. Tenía rasgos duros, el ceño fruncido, nariz aguileña y ojos
grandes y grises. Su pelo, lacio y entrecano era de un débil color ámbar. Tosió
unas cuantas veces antes de retomar el habla, señalando a Koishi con el bastón
que sostenía firme en la mano–. ¿No veis que le está dando un tembleque de
cuidado? Ven, vamos –Koishi tragó saliva y obedeció, acercándose al hombre a
trompicones. Éste le agarró de la bufanda y lo sentó a su lado, en el mullido
sofá. De repente se sintió aliviado. Su corazón desbocado comenzó a latir con
mayor tranquilidad–. Arashi Matsuoka, profesor de economía –dijo con extrema
gentileza, y le tendió la mano. El muchacho la estrechó, impresionado aún. Arashi
le tendió una botella de cristal–. ¿Un trago de anís?-N-n-no, gracias. No bebo
–respondió rápido Koishi. El profesor le miró con enorme impresión, agarró la
botella y tomó un largo trago. ¿No le ardería la garganta? Esa fue la primera
pregunta que surcó la mente de Koishi al contemplarle.
–Buf... –suspiró Christina, tomando asiento–. ¿A qué hora son las
elecciones, Fuyuki?
Éste se sentó en uno de los brazos del sofá, con un libro titulado
“Grand Guignol: de principio a fin” y consultó su reloj de pulsera.–A las cinco
–repuso con voz cortante–. Falta una hora y media, aunque el señor director
siempre recomienda que estemos allí media hora antes. Como siempre, para coger
sitio.
Koishi miró entonces a Suzuna, que cogía su café y se lo bebía de pie,
seriamente. No podía dejar de sentirse hechizado por el interesante contraste
de aquellos ojos. Parecía un hombre tosco, pero Koishi sentía la necesidad de
llevarse bien con él. ¿Por qué sería...? En aquel momento Manaka entró en
tromba en la sala de profesores. Jadeante, se secó la frente, empapada de
sudor.
–¡Siento... llegar tarde!... S... Soy Manaka... Itô... de caligrafía...
–dijo cuando recobró el aliento. Suzuna Sumeragi cambió totalmente de expresión
y se quedó petrificado. Por poco se le cayó la bebida al suelo.
–¿MANA?
–¿Eh? –la joven levantó la vista y compartió con Suzuna el rostro
estupefacto–. S... ¿SUZUNA?
–¡Qué sorpresa, Mana, querida! –saltó Ruka, abrazándola afectuosamente–.
¿Cuántos años han pasado? ¿Doce, quizás? ¡Estás guapísima!
–¡Oh, Ruka, tú también! ¡Cuánto tiempo! –Manaka correspondió con
alegría. Parecía que sus ojos lagrimeaban de la emoción, mientras el resto del
cuerpo docente los miraba, estupefaciente–. ¡Os he echado muchísimo de menos!
Cuando me mudé de zona, no sabía que acabaría perdiendo prácticamente el
contacto con mis amigos de la infancia. ¿Por qué no se me ocurrió preguntaros
dónde trabajabais?
–Eso me pregunto yo –murmuró Suzuna, arqueando una ceja.
–¡A partir de ahora os veré todos los días! –soltó a Ruka y se acercó a
su otro viejo amigo, con los brazos abiertos. Éste pareció no corresponder.
–¡Sabes que no soporto tus abrazos aprisionadores! –le espetó enfadado.
Manaka hizo caso omiso y se aferró fuerte
a Suzuna, que gritaba intentando zafarse de ella. Koishi los miró impresionado.
¡Parecían niños pequeños! Era como si hubiesen menguado por dentro... Aunque en
aquel momento respiró algo más sosegado. Aquellos profesores eran en el fondo
mucho más accesibles de los que él pensaba.
–¿Qué os parece si para
celebrar este encuentro cenamos juntos? –se le ocurrió entonces a Manaka, que
abrió los ojos como platos en el momento en el que lo propuso. Koishi se sintió
amenazado por su mirada y dio un respingo–. Por supuesto, hablo para todos
–alzó la voz para que todo el cuerpo docente se centrase en ella–. ¡Os invito
mañana a cenar a mi casa, para celebrar el comienzo de las clases! Además, ¡así
os conoceré mejor a todos! ¿Qué os parece sobre las nueve?
–¡Qué idea tan fantástica, Itô! –comentó Erika Tsurugaya, con los ojos
brillando.
–De acuerdo, Itô, pero, oye... –dijo Ryûsei, arrastrando las palabras.
Por lo que decía su semblante, parecía bastante preocupado–. Tendrás un
televisor de plasma de los de última generación, ¿verdad?
–¡Olvídate por una noche de tus estúpidos
lujos, Nakao! –gritó Shiina con aspereza.
* * *
Angela sabía que no estaba
bien seguir a la gente. Lo sabía de sobra desde que siguió a su madre hasta su
pequeño comercio de góndolas venecianas y se cayó a un canal, lo que por poco
le costaba la vida. ¡Pero no había podido evitar sentir curiosidad por el lugar
al que se dirigía Miyoko Kobayakawa...! Había bajado las escaleras y entrado en
una de las salas del vestíbulo, cerrando la puerta tras de sí. ¿Qué habría
dentro? Angela miró la puerta como si no hubiese visto una en su vida: Era
enorme, recién barnizada, de un hermoso color marrón oscuro y muy bien tallada.
La acarició con suavidad mientras miraba a ambos lados del pasillo.No había
nadie más que ella.
Así que se le ocurrió pegar un poco la
oreja para escuchar, aunque solo distinguió el murmullo de numerosas voces
femeninas. ¡Pequeña idiota! Se dijo para sí, pues como alguien la pillase...
Y así fue.
Antes de reaccionar, Angela vio cómo la
puerta se abría, y a decir verdad, el resto no lo recordaba, sólo que vio las
estrellas...
–Y dices que cuando has
abierto, ¿no la has visto?–¡Te lo digo en serio, Reika! ¿Crees que la habría
golpeado a propósito? ¡Si yo no la conozco de nada, es más, nunca antes la
había visto!–Etsuko, aparta un momento... Sí, yo sí que la conozco. De hecho,
está en mi clase.–¿Ah, sí? ¿Y es nueva o algo?
–Ahora que lo dices, tenía un nombre algo
extraño... Algo así como Ange... An... ¿Cómo era?...
-M... Mi cabeza... –Angela balbuceó mientras, aún parpadeando, se pasaba
la mano por la dolorida cabeza. Se encontraba en una sala circular, llena de
pósters, estanterías, figuras y fotografías en coloridos marcos. La luz que se
filtraba por las ventanas acabó de espabilarla y se incorporó lentamente. Las
miradas de seis alumnas fijas en ella... Cuando por fin reaccionó, Angela pudo
ver claramente a “las Capitales” rodeando el sofá sobre el que estaba tendida,
con rostros preocupados.
-¡Lo siento mucho! –se disculpó la chica de pelo verde oscuro–. T-te
juro que no sabía que estabas ahí fuera...
-Etsuko, ¡eso te pasa por no mirar! –le espetó su compañera de pelo
negro.Miyoko ayudó a Angela levantarse del sofá. Aún estaba algo mareada, pero
le sentó bastante mejor el haberse puesto en pie. La misma Miyoko tomó un vaso
de agua y se lo ofreció.–¿Quieres un poco, esto...? –preguntó con tono amable.
Se quedó pensativa, intentando recordar su nombre.
-Angela, Angela Aisaka, y gracias –agradeció ésta y bebió un trago
largo. Quizás era su imaginación, pero notaba el ambiente algo tenso, como si
las estudiantes tuvieran alguna preocupación–. ¿Qué es esta sala?
–Ah –musitó Etsuko–, es la sala del Consejo Estudiantil...
Angela escupió el agua como si se tratase del chorro descontrolado de
una manguera.
–¿El C-Consejo? ¿Todas vosotras sois el Consejo?
–Sí, eso es –repuso la que parecía la líder con voz firme, aquella
muchacha de pelo castaño y lazo en el pelo–. Yo soy Reika Mikajima, la ‘jefa’,
por así decirlo. Ella es Etsuko Shimamiya –decía mientras señalaba a cada una
de ellas. Etsuko sonrió con timidez y desvió su mirada al suelo–, ella es
nuestra Beako Tainaka –la chica de corto pelo azabache sonrió poniendo los
brazos en jarras–, esta es Aina Fujiwara –Aina se acercó con un trozo de pastel
en mano y ofreció un poco a Angela, que tuvo que rechazar porque tenía el
estómago un poco revuelto.–, Kyôko Sakurai –la alta Kyôko acarició la cabeza de
Angela con gesto simpático, pero terminó despeinándola entera...– y a la que
supongo que conocerás, nuestra supersticiosa Miyoko Kobayakawa.
–¡Eso es dar datos de más, Rei! –se quejó Miyoko enfadada. Después
volvió a mirar a Angela, cambiando su mueca de enfado por una bonita sonrisa–.
Por cierto, ¡Angela es un nombre precioso!
–¡Sí, aunque es muy raro! –gritó Aina, aunque apenas se la entendiese
porque hablaba con la boca llena. Ya tardaba en salir la palabra ‘raro’ en
la conversación.
–¿Podemos llamarte Angela? –preguntó Beako, unos segundos después.
–S-Sí, claro –repuso ella con timidez.
Todas sonrieron, y ella se tranquilizó. En cambio Reika se sentó en el
sofá con un semblante que emitía preocupación, y después de suspirar miró a
Angela de nuevo.
–Sabes que hoy son las selecciones del Consejo, ¿verdad? –preguntó, con
una mueca amarga. Angela asintió lentamente. ¿Qué ocurriría?–. Pues creo que no
podremos presentarnos esta vez.
–¿Y eso por qué?
–Porque somos seis integrantes. Verás, el año pasado contábamos con una
alumna mayor que nosotras, Mariko Akashi, pero se graduó. De modo que ahora
somos insuficientes para participar.
–¡Por culpa de una maldita cifra tendremos que soportar ver a Kamui y
sus amiguitos ocupar nuestro lugar! –dijo Etsuko con voz desesperada.
–¿Kamui? –repitió Angela con cierto desconcierto. Tanto nombre nuevo
comenzaba a provocarle confusión.
–Sí –Beako se sentó junto a Reika–, Kamui
Tachibana y sus seis compañeros son el grupo con el que llevamos compitiendo
dos años por el sitio –explicó ella. <<‘compitiendo’, qué
ganas...>> pensó Angela al momento –. Se lo usurpamos el año pasado, así
que prácticamente estamos uno a uno, pero visto lo visto...
Aunque en su sentido eran algo excéntricas, “las Capitales” (apodo que
Angela no acababa de entender) eran unas buenas personas, o al menos, lo habían
sido con ella. ¿Había alguna necesidad de que una regla fuese tan severa, y más
tratándose de unas elecciones para el Consejo? Aquellas chicas parecían tener
especial empeño en volver a formar parte de él, y si lo habían sido el año
anterior, eso significaba que habían hecho un buen trabajo. En aquel
momento una idea estúpida pasó por la cabeza de Angela.
–Me uniré a vosotras –dijo. Su voz sonó algo insegura.Hubo un instante
de silencio.
–Angela... ¿EN SERIO? –preguntó Aina abriendo los ojos como
platos.–...¿sí?Ni ella misma sabía exactamente por qué había tomado aquella
decisión, quizá por lástima, quizá por hacer nuevas amistades. De cualquier
modo, “las Capitales” se fundieron con Angela en el abrazo más asfixiante del
que había tomado parte jamás.
–¡Gracias, gracias, gracias, Angela! –oyó decir a Miyoko–. ¡Sin ti, las
bromas de Kamui y compañía no cesarían!
–¡Vamos a darles en los morros! –gritó Reika mientras se separaba de
Angela, y después las demás le contestaron con un ‘Sí’ a coro–. Ya son las
cinco y cuarto, ¿nos acercamos al salón de actos, chicas?
–¡Sí, sí, vámonos! –Miyoko agarró a Angela del brazo y las siete juntas
de la sala. Todas “las Capitales” canturreaban canciones de victoria sonriendo
y riendo, mientras la pobre chica contemplaba atónita. Miyoko pareció darse
cuenta de ello y le dio conversación–. Aunque mi nombre es Miyoko, Angela, tú puedes
llamarme Miyo, como ellas –sonrió.
–Está bien, Miyo –repitió con algo de vergüenza–. Y, una pregunta, por
curiosidad, ¿qué es lo que os hizo querer ser el Consejo?
Kyôko pareció haber escuchado la pregunta y se acercó a ellas. Tenía
unas ojeras profundas y marcadas.
–En realidad, Mariko, Reika y yo comenzamos todo esto. La idea de poder
organizar las celebraciones nos fascinaba... –bostezó, abriendo la boca como un
oso a punto de rugir–. Y tuvimos que buscar a más integrantes para llegar al
número solicitado... Después, Mariko se graduó, y de no ser porque repetí
curso, ahora sólo habría cinco candidatas, ¿sabes?
–¿Has repetido? –Angela se impresionó. Ahora que se fijaba, Kyôko
parecía algo más mayor que Reika (y más alta también).
–Síiiiii... –dijo con lentitud.
–¡Bueno, bueno, chicas, ya
estamos aquí! –gritó Reika, para que todas sus compañeras centrasen la atención
en ella–. Ahora vamos a entrar, y a partir de esta puerta, quiero la mayor de
las formalidades –sin ningún esfuerzo, consiguó silenciar al grupo y a tomar
una actitud responsable. Reika desplegó un pequeño papelito que sacó del
bolsillo de la camisa–. Este es nuestro discurso, el que tratará de convencer a
los votantes de que somos las idóneas para el cargo, así que, cuando yo termine
de leerlo, ¡Quiero veros aplaudir COMO LOCAS!
–¡A por ellos! –vociferó Etsuko y abrió
la puerta del salón de actos.
Lo que Angela no sabía aún era que a
partir de aquella tarde, su situación iba a cambiar totalmente. Aún no sabía
que encontraría el amor en su mismo aula, que formaría parte de un club en el
que sufriría numerosos percances, que conocería al odio personificado, que se convertiría en la nueva “Capital”... y que por fin entendería el porqué
de dicho apodo.