Seven different girls. Seven different sins. Seven different hearts. What is the sin that lives inside you—?

viernes, 2 de septiembre de 2011

O1. ~Angela y las Capitales~


Angela Aisaka creía que aquel día no llegaría jamás. La verdad, nunca se había parado a pensarlo detenidamente, pero no quería, de ningún modo, que llegase. Aún le temblaban sus delgadas piernas, con tan sólo haberse detenido en la entrada de su nuevo instituto. “Su nuevo instituto”. Qué mal sonaba aquello.

Podía decirse que Angela era bastante diferente del resto de los alumnos. Para empezar, su físico rompía los esquemas japoneses: era extremadamente bajita, de complexión muy débil, centelleante pelo anaranjado (y ondulado) que le llegaba hasta los mismísimos tobillos y unos ojos azules y redondos. Su nacionalidad compartida era otro factor, pues al ser mitad italiana, de parte de madre, y mitad japonesa, de parte de padre, destacaba por su gracioso acento. También era zurda, algo que, por alguna razón, siempre resulta fascinante. Y para colmo, a pesar de llamarse “Angela”, era una redomada diablilla.

Cuando Angela abrió las duras puertas de la entrada no cupo en su asombro: la entrada del instituto Otoryôkan era magnífica. La sala, amplia y luminosa, estaba llena de taquillas para guardar los zapatos, tablones con anuncios y personas yendo continuamente aquí y allí. El revuelo no cesaba, y Angela se sentía dominada por los nervios. Las miradas de los desconocidos estudiantes se clavaban en ella como agujas afiladas, y parloteaban entre ellos con bastante disimulo. ¿Estarían hablando sobre ella? Angela sacudió la cabeza y, haciendo caso omiso del creciente rubor de sus mejillas, se descalzó, entre cuchicheos y risitas, en frente de la taquilla que llevaba su nombre. Cada vez que leía “Angela Aisaka” se preguntaba cómo a sus padres se les había ocurrido mudarse a Japón de una forma tan repentina. También recordaba constantemente aquella tarde de verano, en la que tras volver de jugar con sus amigos en la plaza de San Marcos, entró en casa y le dieron la fatídica noticia. Su padre había conseguido comenzar un negocio por su cuenta y le parecía que su país natal sería idóneo para su proyecto, y naturalmente, su mujer quiso ayudarle a desarrollarlo juntos. Así pues, Angela se montó hace un mes en el coche para no volver jamás. Y en aquel momento se encontraba capturada en la frustrante situación de ‘adaptarse’ al que sería su nuevo centro, lleno de nuevos profesores y nuevos compañeros. De modo que volvía a comenzar de cero.


Una vez guardados sus mocasines en la taquilla y calzadas las zapatillas para andar por el instituto, Angela caminó por el pasillo a la vez que paseaba su mirada por todas partes: jardines de césped recién cortado, sin maleza y llenos de árboles nudosos, que se podían avistar desde los amplios ventanales de los pasillos, orlas de cursos anteriores decorando las blancas paredes, las miles de fotos de antiguos alumnos sonrientes... Angela no podía evitar quedarse anonadada en semejante lugar.Se detuvo a observar las plantas ya crecidas del jardín más próximo. Entonces se vio vagamente reflejada en uno de los cristales de las ventanas. Angela aprovechó para peinarse un poco el flequillo con los dedos, y para contemplar cómo le sentaba el nuevo uniforme. La camisa blanca apenas se veía entre la chaqueta negra y llevaba un descomunal lazo rojo en vez de una corbata, como solía adornar su cuello en su antiguo colegio de Venecia. La falda tenía vuelo y era azul ultramarina, mientras que el calzado para caminar por el instituto era cómodo, pero un poco antiestético a sus ojos. Bufó.

Probablemente lo único que le agradaba del conjunto eran los nuevos calcetines loose socks que se había comprado la semana pasada.

De repente escuchó un revuelo a su alrededor, de modo que se giró para ver de qué se trataba. Angela no se había dado cuenta del desmesurado montón de estudiantes que se había apilado como una masa informe a ambos lados del pasillo, dejando el espacio justo para permitir pasar a unas seis chicas, que caminaban en fila india y en silencio.Parecían todas de edades variadas.
La chica se aproximó un poco, por mera curiosidad, para poder verlas mejor: la primera de ellas, alta y de hombros estrechos, tenía el pelo castaño, extenso, de puntas abiertas y tirabuzones por patillas. Llevaba un enorme lazo granate en la parte trasera de la cabeza y lideraba el paso con aire superior. La seguían dos chicas, delgadas y bastante más bajitas que ella: una parecía de complexión más fuerte, llevaba la camisa y la chaqueta arremangadas y se acicalaba su corto cabello negro. La otra iba a un paso un poco más lento, y parecía la única que se preocupaba por las miradas del resto de los alumnos. Su pelo, de un oscuro tono verde, era ondulado y muy bonito, y lo adornaba con una diadema roja, de la misma tonalidad que el lazo del uniforme. 

Las tres últimas charlaban entre ellas, y probablemente formaban el grupo variopinto en comparación a las demás: la más alta llevaba una trenza algo mal peinada que se deslizaba por su hombro derecho, y el resto de su pelo grisáceo caía con languidez hacia atrás. Bostezaba continuamente mientras oía los comentarios de una de sus compañeras, de mediana estatura, sonrisa de oreja a oreja y cabello color salmón que le llegaba hasta los hombros. Sostenía con ambas manos un enorme bocadillo que devoraba con ansia (al momento el estómago de Angela rugió con fuerza, reclamando su almuerzo). La última y la más pequeña de las tres era rubia y se recogía el pelo en dos graciosas coletas. Parecía más o menos de la edad de Angela.
Los estudiantes que las contemplaban se quedaban en silencio, como si aquellas alumnas les inspirasen respeto, o incluso temor. Angela decidió dar unos golpecitos en el hombro a un chico cercano y preguntarles por ellas

–¿Quiénes son esas alumnas? –quiso saber.
–¿No las conoces? ¡Son el grupo de alumnas más conocido! –respondió el chico, algo extrañado al ver que Angela no las había visto en su vida–. Las llaman “las Capitales”.
–¿Y eso por qué?
–Oh, vamos, ¿no salta a la vista? Resulta que ellas...
A Angela no le dio tiempo a escucharle, pues una profesora apareció al fondo del pasillo y comenzó a enviar a los alumnos, manteniendo el tono amable, a sus respectivas aulas. Pareció percatarse de lo perdida que estaba la chica, pues se acercó a ella dando grandes zancadas y la estudió con su mirada de enormes ojos azules.
–¿Te pasa algo, pequeña? –preguntó, sonriéndole con calidez.
–S... Sí... Bueno, soy nueva, y, y... –tartamudeó, haciéndole sentirse algo ridícula. La había hechizado la preciosidad de mujer que se erguía frente a ella, con un intenso pelo rojo ondeando en su espalda y una hermosa faz, que transmitía hospitalidad y simpatía. 
–Creo que he oído hablar de ti –dijo–. Sí, he visto tu foto en la lista de mi clase. ¡Debes de ser la pequeña Angela Aisaka! Ven, sígueme, tu aula es la 1-B.Cogió a Angela de la mano y tiró de ella, guiándola por el pasillo y subiendo escaleras arriba. 


Pareció ser la primera persona que no sentía la necesidad de curiosear acerca de una extranjera.Cruzaron varios pasillos y ascendieron varios pisos. La pobre Angela volvió a sentirse tan desorientada y fuera de lugar como al entrar al instituto, a causa de las numerosas vueltas que habían dado, aunque su acompañante no parecía mucho más segura de por dónde caminaba. La profesora, con paso ligero, se dispuso a hablar con ella mientras se dirigían al aula.
–Soy Manaka Itô –prosiguió, mientras andaba–. ¡También es mi primer día aquí! Estoy un poco nerviosa –se rascó la cabeza con gesto vergonzoso. Finalmente, después de varios giros y vueltas, se detuvieron ante la puerta de la clase. Manaka respiró hondo mientras soltaba la mano de Angela, y bajó la mirada–. Bueno, estoy preparada, lo haré bien –se dijo para sí misma, cerrando los ojos llenos de pestañas. Después volvió a mirarla, algo sonrojada. Angela encontró divertida su forma de auto-animarse, aunque sólo se lo comentó para sus adentros–. ¡Vamos, vamos, pasa! 
Angela obedeció y abrió la puerta corredera, pero no se controló y dio un portazo sonoro, de modo que despertó las miradas de todos sus nuevos compañeros. La chica notó como poco a poco se ponía roja y comenzaba a temblar... ¡Qué horror!
Manaka le dio un suave empujoncito y recobró el movimiento, dirigiéndose al único pupitre vacío que quedaba en la clase. ¡Qué aula tan descomunal! ¿Cuántos alumnos habría? Angela nunca había estado en una clase con tantos alumnos: en su anterior instituto nunca habían llegado a los veinte estudiantes. Las mesas se apilaban sin dejar casi espacio para pasar entre ellas, y al fondo de la clase había un tablón, con un calendario, la lista de clase y otras cosas que no me detuvo a mirar, así que se sentó y miró desconcertada a su alrededor. Cuántas personas...Cuando se giró para contemplar la clase entera, se llevó una sorpresa al ver que la chica rubia de “las Capitales” se sentaba detrás de ella. Tenía la mirada fija en su teléfono móvil, sacado en el aula con total normalidad (aunque por su expresión, no parecía importarle en absoluto), y tecleaba a la velocidad de la luz. Angela se quedó totalmente absorta ante la notable habilidad de la chica. Sus dedos eran tan rápidos que casi ni se veía cómo pasaban de una tecla a otra. Entonces ella la miró con sus enormes ojos azulados, que parpadearon unas cuantas veces, y dejó de escribir.
–¿Pasa algo? –preguntó con un tono de lo más inocente.
–N... No, nada –Angela se giró hacia delante, enfadada consigo misma por mirarla con tanto descaro. Tenía algo bizarro, extraño... Era una chica que le causaba cierta curiosidad.

La profesora Manaka Itô abrió su carpeta púrpura en la mesa y extrajo la lista de clase con delicadeza. Se aclaró la garganta y nos echó un vistazo rápido a todos los estudiantes. Angela encontró raro que no se hubiese fijado en el móvil.
–¡Buenos días, alumnos! –vociferó con voz enérgica. Angela no se llevó las manos a los oídos por respeto, pero ciertamente pensó que la profesora había pegado un grito ensordecedor–. Hoy empezáis un nuevo curso aquí, en Otoryôkan, y yo seré vuestra tutora y a su vez vuestra nueva profesora de caligrafía. Mi nombre es Manaka Itô y estoy encantada de poder dar clase en este instituto de prestigio –sonrió ampliamente y se dispuso a pasar varios folios y documentos–. Como este siete de abril es sólo un pequeño comienzo, empezaré hablando de las normas básicas que, aunque supongo que os sabréis de sobra, conviene recordar –en aquel momento miró a Angela y le guiñó un ojo. Manaka empezaba a caerle muy bien–. A pesar de que ya estais sentados y organizados, vuestros asientos son sólo provisionales. Por petición de varios profesores, las mesas se agruparán por parejas, y mañana se repartirán en un sorteo, ¿de acuerdo? –como respuesta hubo varios murmullos y quejas, pero se acallaron enseguida–. Se permitirá entrar a los alumnos que lleguen con un máximo de diez minutos de tardanza. Si llegara a ser más tiempo, el profesor decidirá si le permitirá pasar y asistir a su asignatura. Por otro lado, aquellos de salud enfermiza o que se sientan mal levantarán la mano, y tras avisar al profesor correspondiente, podrá marchar a la enfermería, donde nuestras enfermeras os atenderán y probablemente, os mandarán marchar y reposar en vuestras casas...
La clase de Manaka no se hizo pesada. Explicó a los estudiantes los materiales y el libro que necesitarían para su asignatura, así como las puntuaciones y las calificaciones mínimas para aprobar. Manaka era un encanto de profesora, tal y como había demostrado en una sola hora lectiva. Y todo el mundo parecía pensar igual que Angela. Además, gracias a que pasó lista, Angela descubrió que la alumna de las coletas respondía al nombre de Miyoko Kobayakawa.Angela bostezó ligeramente y recogió sus cosas mientras se ponía en pie y veía a Miyoko salir de la clase corriendo, mirando su reloj algo angustiada. ¿Qué le pasaría?
–Vaya, ¿Kobayakawa se ha ido ya? –suspiró Manaka, golpeando un taco de folios en su pecho–. Bueno, le dejaré esto en el casillero. ¡Toma, Angela! –la profesora fue repartiendo por todos los pupitres una hoja de información recién salida de imprenta, por lo que parecía. Decía así:

Estimados alumnos de Otoryôkan:
Hoy se celebrarán las elecciones del Consejo Estudiantil del curso 2010-2011 del instituto. Todos los estudiantes que deseen presentarse deberán estar al tanto de las siguientes normas y obligaciones:
-El Consejo Estudiantil se encargará de preparar actividades culturales y festivas para el resto de los alumnos, así como de supervisar los clubes que se funden a lo largo del curso.-Se ruega que aquellos que quieran formar parte del consejo sean personas dispuestas, trabajadoras y ante todo RESPONSABLES.
-Para formar el consejo se pide un mínimo de siete alumnos. No es necesario que todos pertenezcan al mismo ciclo o curso.
Las elecciones comenzarán a las cinco y media de la tarde en el ya conocido salón de actos, y tendrá una duración máxima de una hora. Si sucediese un empate, el Consejo Escolar y el Cuerpo Docente se encargarán de tomar la decisión. Los alumnos restantes, así como sus familiares, tendrán la posibilidad de votar (un voto por persona).
En caso de dudas o necesidad de aclaraciones, por favor no duden contactar con el jefe de estudios o directamente con el director.
Atentamente, el equipo directivo de Otoryôkan.

Angela guardó aquel papel en el casillero. ¿Quién estaría interesado en participar en el aburrido Consejo Estudiantil? La joven salió de clase mientras canturreaba “Oh, sole mio”. Esa canción había estado grabada a fuego en su mente desde que prácticamente empezó a gatear.

* * *

Koishi Nishiura trató de detener sus temblores. ¡Empezar de cero en un centro diferente, eso era lo más normal del mundo! Sin embargo, él siempre había sido así. Desde pequeño había tenido una actitud nerviosa y vergonzosa a más no poder. Recordaba numerosas veces cómo lloraba antes de sus exámenes, cuando los nervios le atacaban sin cesar, o cómo se trababa una y otra vez en los ejercicios orales que tan propenso había sido a suspender en su adolescencia. Pero en aquel entonces era ya un profesor que se había sacado la carrera con matrícula de honor, y en Otoryôkan tenía que demostrarlo. Se colocó bien su bufanda morada y llamó a la puerta.
–¡Voy! –inmediatamente le abrieron la puerta. Un hombre alto, de aspecto adusto y de pelo negro hasta los hombros se quedó mirándole, con la mano derecha sujetando el pomo de la puerta y el cuerpo apoyado totalmente en el marco–. Hola, buenos días. ¿Nishiura, tal vez? –dijo con voz ronca.–Exacto, e-ese soy yo –balbuceó torpemente Koishi.
–Pasa, por favor –el hombre se apartó con desgana, y Koishi pudo apreciar la extraña heterocromía de sus ojos: mientras que el izquierdo era negro, frío y de aspecto vacío, el derecho era de un verde intenso, como el de las relucientes esmeraldas. Observó rápidamente la sala de profesores: era ancha y espaciosa, y la pared del fondo estaba llena de ventanas. En el resto de las paredes colgaban imitaciones de cuadros famosos, mapas y un viejo reloj de cuco. Había unos amplios sofás de color beige en el centro del lugar, que rodeaban una mesa de cristal, sobre la que había una maceta con un bonsái muy bonito. Varios profesores estaban allí sentados, charlando alegremente, bebiendo de sus respectivos cafés. Los ordenadores ocupaban la zona izquierda; las estanterías, la derecha. El profesor continuó hablando–. Chicos, vamos, saludad a Koishi Nishiura, nuestro nuevo profesor de psicología –dio unas palmadas en la espalda a Koishi antes de llevarle con los demás–. Yo soy Suzuna Sumeragi, enseño historia. –y esbozó una extraña sonrisa.

El resto del cuerpo docente se levantó de inmediato y comenzó a estrechar su mano y a saludar. Sentía que se perdía entre tantas nuevas caras desconocidas, y sonreía, pero estaba tremendamente asustado.
–¡Buenas, Nishiura! Soy Shiina Yuzurizaki, ¡del departamento de matemáticas! –saludó el primero, alto, de complexión fuerte y alborotado pelo caoba. Era un hombre atractivo y de expresión activa. Acarició la cabeza de Koishi como gesto afectivo.
–Y yo su hermano, Ruka, soy el profesor de filosofía y tutor de la clase de tercero –dijo otro de ellos, más refinado que el anterior. Saludaba con un semblante agradable, surcado por una fea cicatriz.
–Christina Mcremitz, profesora de alemán –dijo una de las mujeres con gracioso acento. Llevaba gafas redondas y sus ojos púrpuras, casi ocultos por su flequillo rubio, transmitían severidad.
–Fuyuki Katsura, teatro –un joven de cabello negro revuelto y fríos ojos azules estrechó su mano.
–Me llamo Erika Tsurugaya, soy la profesora de inglés y la tutora de 1-A –la profesora sonrió con calidez. Su pelo era oscuro, liso y brillante, recogido en una larga trenza–. ¡Caray, qué joven eres!
–Sayane Akechi, geografía. ¡Encantada, Nishiura! –era una mujer más mayor que las otras dos y más bajita, que jugaba con su media melena pelirroja.
–Un placer, Nishiura, mi nombre es Ryûsei Nakao. –saludó un profesor muy guapo, con voz gélida. Su cabello liso, de un rubio platino perfectamente peinado, caía con gracia por su ancha espalda. Tenía un rostro afilado y ojos azules, parecidos a los de Fuyuki. Sonreía con suficiencia, por lo que parecía. 

Koishi dio un respingo mientras miraba a todos con desconcierto.

–¡DEJAD RESPIRAR AL MUCHACHO! –gritó una voz fuerte y sonora. Todos enmudecieron y se giraron hacia los sofás, donde otro profesor, probablemente el más mayor de todos, se sentaba con expresión amargada. Tenía rasgos duros, el ceño fruncido, nariz aguileña y ojos grandes y grises. Su pelo, lacio y entrecano era de un débil color ámbar. Tosió unas cuantas veces antes de retomar el habla, señalando a Koishi con el bastón que sostenía firme en la mano–. ¿No veis que le está dando un tembleque de cuidado? Ven, vamos –Koishi tragó saliva y obedeció, acercándose al hombre a trompicones. Éste le agarró de la bufanda y lo sentó a su lado, en el mullido sofá. De repente se sintió aliviado. Su corazón desbocado comenzó a latir con mayor tranquilidad–. Arashi Matsuoka, profesor de economía –dijo con extrema gentileza, y le tendió la mano. El muchacho la estrechó, impresionado aún. Arashi le tendió una botella de cristal–. ¿Un trago de anís?-N-n-no, gracias. No bebo –respondió rápido Koishi. El profesor le miró con enorme impresión, agarró la botella y tomó un largo trago. ¿No le ardería la garganta? Esa fue la primera pregunta que surcó la mente de Koishi al contemplarle.
–Buf... –suspiró Christina, tomando asiento–. ¿A qué hora son las elecciones, Fuyuki?
Éste se sentó en uno de los brazos del sofá, con un libro titulado “Grand Guignol: de principio a fin” y consultó su reloj de pulsera.–A las cinco –repuso con voz cortante–. Falta una hora y media, aunque el señor director siempre recomienda que estemos allí media hora antes. Como siempre, para coger sitio.
Koishi miró entonces a Suzuna, que cogía su café y se lo bebía de pie, seriamente. No podía dejar de sentirse hechizado por el interesante contraste de aquellos ojos. Parecía un hombre tosco, pero Koishi sentía la necesidad de llevarse bien con él. ¿Por qué sería...? En aquel momento Manaka entró en tromba en la sala de profesores. Jadeante, se secó la frente, empapada de sudor.
–¡Siento... llegar tarde!... S... Soy Manaka... Itô... de caligrafía... –dijo cuando recobró el aliento. Suzuna Sumeragi cambió totalmente de expresión y se quedó petrificado. Por poco se le cayó la bebida al suelo.
–¿MANA?
–¿Eh? –la joven levantó la vista y compartió con Suzuna el rostro estupefacto–. S... ¿SUZUNA?
–¡Qué sorpresa, Mana, querida! –saltó Ruka, abrazándola afectuosamente–. ¿Cuántos años han pasado? ¿Doce, quizás? ¡Estás guapísima! 
–¡Oh, Ruka, tú también! ¡Cuánto tiempo! –Manaka correspondió con alegría. Parecía que sus ojos lagrimeaban de la emoción, mientras el resto del cuerpo docente los miraba, estupefaciente–. ¡Os he echado muchísimo de menos! Cuando me mudé de zona, no sabía que acabaría perdiendo prácticamente el contacto con mis amigos de la infancia. ¿Por qué no se me ocurrió preguntaros dónde trabajabais?
–Eso me pregunto yo –murmuró Suzuna, arqueando una ceja.
–¡A partir de ahora os veré todos los días! –soltó a Ruka y se acercó a su otro viejo amigo, con los brazos abiertos. Éste pareció no corresponder.
–¡Sabes que no soporto tus abrazos aprisionadores! –le espetó enfadado.
Manaka hizo caso omiso y se aferró fuerte a Suzuna, que gritaba intentando zafarse de ella. Koishi los miró impresionado. ¡Parecían niños pequeños! Era como si hubiesen menguado por dentro... Aunque en aquel momento respiró algo más sosegado. Aquellos profesores eran en el fondo mucho más accesibles de los que él pensaba.

–¿Qué os parece si para celebrar este encuentro cenamos juntos? –se le ocurrió entonces a Manaka, que abrió los ojos como platos en el momento en el que lo propuso. Koishi se sintió amenazado por su mirada y dio un respingo–. Por supuesto, hablo para todos –alzó la voz para que todo el cuerpo docente se centrase en ella–. ¡Os invito mañana a cenar a mi casa, para celebrar el comienzo de las clases! Además, ¡así os conoceré mejor a todos! ¿Qué os parece sobre las nueve?
–¡Qué idea tan fantástica, Itô! –comentó Erika Tsurugaya, con los ojos brillando.
–De acuerdo, Itô, pero, oye... –dijo Ryûsei, arrastrando las palabras. Por lo que decía su semblante, parecía bastante preocupado–. Tendrás un televisor de plasma de los de última generación, ¿verdad?
–¡Olvídate por una noche de tus estúpidos lujos, Nakao! –gritó Shiina con aspereza.


* * *


Angela sabía que no estaba bien seguir a la gente. Lo sabía de sobra desde que siguió a su madre hasta su pequeño comercio de góndolas venecianas y se cayó a un canal, lo que por poco le costaba la vida. ¡Pero no había podido evitar sentir curiosidad por el lugar al que se dirigía Miyoko Kobayakawa...! Había bajado las escaleras y entrado en una de las salas del vestíbulo, cerrando la puerta tras de sí. ¿Qué habría dentro? Angela miró la puerta como si no hubiese visto una en su vida: Era enorme, recién barnizada, de un hermoso color marrón oscuro y muy bien tallada. La acarició con suavidad mientras miraba a ambos lados del pasillo.No había nadie más que ella.
Así que se le ocurrió pegar un poco la oreja para escuchar, aunque solo distinguió el murmullo de numerosas voces femeninas. ¡Pequeña idiota! Se dijo para sí, pues como alguien la pillase...

Y así fue.
Antes de reaccionar, Angela vio cómo la puerta se abría, y a decir verdad, el resto no lo recordaba, sólo que vio las estrellas...

–Y dices que cuando has abierto, ¿no la has visto?–¡Te lo digo en serio, Reika! ¿Crees que la habría golpeado a propósito? ¡Si yo no la conozco de nada, es más, nunca antes la había visto!–Etsuko, aparta un momento... Sí, yo sí que la conozco. De hecho, está en mi clase.–¿Ah, sí? ¿Y es nueva o algo?
–Ahora que lo dices, tenía un nombre algo extraño... Algo así como Ange... An... ¿Cómo era?...

-M... Mi cabeza... –Angela balbuceó mientras, aún parpadeando, se pasaba la mano por la dolorida cabeza. Se encontraba en una sala circular, llena de pósters, estanterías, figuras y fotografías en coloridos marcos. La luz que se filtraba por las ventanas acabó de espabilarla y se incorporó lentamente. Las miradas de seis alumnas fijas en ella... Cuando por fin reaccionó, Angela pudo ver claramente a “las Capitales” rodeando el sofá sobre el que estaba tendida, con rostros preocupados.
-¡Lo siento mucho! –se disculpó la chica de pelo verde oscuro–. T-te juro que no sabía que estabas ahí fuera...
-Etsuko, ¡eso te pasa por no mirar! –le espetó su compañera de pelo negro.Miyoko ayudó a Angela levantarse del sofá. Aún estaba algo mareada, pero le sentó bastante mejor el haberse puesto en pie. La misma Miyoko tomó un vaso de agua y se lo ofreció.–¿Quieres un poco, esto...? –preguntó con tono amable. Se quedó pensativa, intentando recordar su nombre.
-Angela, Angela Aisaka, y gracias –agradeció ésta y bebió un trago largo. Quizás era su imaginación, pero notaba el ambiente algo tenso, como si las estudiantes tuvieran alguna preocupación–. ¿Qué es esta sala?
–Ah –musitó Etsuko–, es la sala del Consejo Estudiantil...
Angela escupió el agua como si se tratase del chorro descontrolado de una manguera.
–¿El C-Consejo? ¿Todas vosotras sois el Consejo?
–Sí, eso es –repuso la que parecía la líder con voz firme, aquella muchacha de pelo castaño y lazo en el pelo–. Yo soy Reika Mikajima, la ‘jefa’, por así decirlo. Ella es Etsuko Shimamiya –decía mientras señalaba a cada una de ellas. Etsuko sonrió con timidez y desvió su mirada al suelo–, ella es nuestra Beako Tainaka –la chica de corto pelo azabache sonrió poniendo los brazos en jarras–, esta es Aina Fujiwara –Aina se acercó con un trozo de pastel en mano y ofreció un poco a Angela, que tuvo que rechazar porque tenía el estómago un poco revuelto.–, Kyôko Sakurai –la alta Kyôko acarició la cabeza de Angela con gesto simpático, pero terminó despeinándola entera...– y a la que supongo que conocerás, nuestra supersticiosa Miyoko Kobayakawa.
–¡Eso es dar datos de más, Rei! –se quejó Miyoko enfadada. Después volvió a mirar a Angela, cambiando su mueca de enfado por una bonita sonrisa–. Por cierto, ¡Angela es un nombre precioso!
–¡Sí, aunque es muy raro! –gritó Aina, aunque apenas se la entendiese porque hablaba con la boca llena. Ya tardaba en salir la palabra ‘raro’ en la conversación.
–¿Podemos llamarte Angela? –preguntó Beako, unos segundos después.
–S-Sí, claro –repuso ella con timidez.
Todas sonrieron, y ella se tranquilizó. En cambio Reika se sentó en el sofá con un semblante que emitía preocupación, y después de suspirar miró a Angela de nuevo.
–Sabes que hoy son las selecciones del Consejo, ¿verdad? –preguntó, con una mueca amarga. Angela asintió lentamente. ¿Qué ocurriría?–. Pues creo que no podremos presentarnos esta vez.
–¿Y eso por qué?
–Porque somos seis integrantes. Verás, el año pasado contábamos con una alumna mayor que nosotras, Mariko Akashi, pero se graduó. De modo que ahora somos insuficientes para participar.
–¡Por culpa de una maldita cifra tendremos que soportar ver a Kamui y sus amiguitos ocupar nuestro lugar! –dijo Etsuko con voz desesperada.
–¿Kamui? –repitió Angela con cierto desconcierto. Tanto nombre nuevo comenzaba a provocarle confusión.
–Sí –Beako se sentó junto a Reika–, Kamui Tachibana y sus seis compañeros son el grupo con el que llevamos compitiendo dos años por el sitio –explicó ella. <<‘compitiendo’, qué ganas...>> pensó Angela al momento –. Se lo usurpamos el año pasado, así que prácticamente estamos uno a uno, pero visto lo visto...

Aunque en su sentido eran algo excéntricas, “las Capitales” (apodo que Angela no acababa de entender) eran unas buenas personas, o al menos, lo habían sido con ella. ¿Había alguna necesidad de que una regla fuese tan severa, y más tratándose de unas elecciones para el Consejo? Aquellas chicas parecían tener especial empeño en volver a formar parte de él, y si lo habían sido el año anterior, eso significaba que habían hecho un buen trabajo. En aquel momento una idea estúpida pasó por la cabeza de Angela.

–Me uniré a vosotras –dijo. Su voz sonó algo insegura.Hubo un instante de silencio.
–Angela... ¿EN SERIO? –preguntó Aina abriendo los ojos como platos.–...¿sí?Ni ella misma sabía exactamente por qué había tomado aquella decisión, quizá por lástima, quizá por hacer nuevas amistades. De cualquier modo, “las Capitales” se fundieron con Angela en el abrazo más asfixiante del que había tomado parte jamás.
–¡Gracias, gracias, gracias, Angela! –oyó decir a Miyoko–. ¡Sin ti, las bromas de Kamui y compañía no cesarían!
–¡Vamos a darles en los morros! –gritó Reika mientras se separaba de Angela, y después las demás le contestaron con un ‘Sí’ a coro–. Ya son las cinco y cuarto, ¿nos acercamos al salón de actos, chicas?
–¡Sí, sí, vámonos! –Miyoko agarró a Angela del brazo y las siete juntas de la sala. Todas “las Capitales” canturreaban canciones de victoria sonriendo y riendo, mientras la pobre chica contemplaba atónita. Miyoko pareció darse cuenta de ello y le dio conversación–. Aunque mi nombre es Miyoko, Angela, tú puedes llamarme Miyo, como ellas –sonrió.
–Está bien, Miyo –repitió con algo de vergüenza–. Y, una pregunta, por curiosidad, ¿qué es lo que os hizo querer ser el Consejo?
Kyôko pareció haber escuchado la pregunta y se acercó a ellas. Tenía unas ojeras profundas y marcadas.
–En realidad, Mariko, Reika y yo comenzamos todo esto. La idea de poder organizar las celebraciones nos fascinaba... –bostezó, abriendo la boca como un oso a punto de rugir–. Y tuvimos que buscar a más integrantes para llegar al número solicitado... Después, Mariko se graduó, y de no ser porque repetí curso, ahora sólo habría cinco candidatas, ¿sabes?
–¿Has repetido? –Angela se impresionó. Ahora que se fijaba, Kyôko parecía algo más mayor que Reika (y más alta también).
–Síiiiii... –dijo con lentitud.

–¡Bueno, bueno, chicas, ya estamos aquí! –gritó Reika, para que todas sus compañeras centrasen la atención en ella–. Ahora vamos a entrar, y a partir de esta puerta, quiero la mayor de las formalidades –sin ningún esfuerzo, consiguó silenciar al grupo y a tomar una actitud responsable. Reika desplegó un pequeño papelito que sacó del bolsillo de la camisa–. Este es nuestro discurso, el que tratará de convencer a los votantes de que somos las idóneas para el cargo, así que, cuando yo termine de leerlo, ¡Quiero veros aplaudir COMO LOCAS!
–¡A por ellos! –vociferó Etsuko y abrió la puerta del salón de actos.

Lo que Angela no sabía aún era que a partir de aquella tarde, su situación iba a cambiar totalmente. Aún no sabía que encontraría el amor en su mismo aula, que formaría parte de un club en el que sufriría numerosos percances, que conocería al odio personificado, que se convertiría en la nueva “Capital”... y que por fin entendería el porqué de dicho apodo.